Dulce alma, no hay miel fruto del amor
que te crease,
no hay cielo ni cigüeña, que belleza de tu tamaño
entornase,
al cristal hiriente alzo
mis agravios y señales,
dignas del carrizo del mar más sereno,
encumbradas pestañas que quieren mirar,
altos sotos sin hacienda
siendo naturaleza,
desdén erosionado cabalgas
una sempiterna luna de plata
cobija mi sentir en tu caracola
de serenidad repleta,
al encuentro que te presto mis ojos
y me devuelves dos flores,
altas, soturnas dignas de tus bellas frondas
por las que perder a mi gato negro
y algo más, perder mi tristeza, por tu risa.
El Castellano
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