VUELTA AL AZAR INTANGIBLE:
Rehogo este empeño, traspuesto a los fuegos del hombre y su cuerda, tiempos pasan germinando. Diestro ambivalente; en dirección umbría, subsiste colgando huesos de sus pestañas huecas, abriendo el espíritu suplicante, cenizas laten, la quebrada fluye:
-Amada quodi pragma, vers troba paremo, laetitia exspectare mors timun malum, quot flama sed ardit et dilectus mundi, descent caelis, set infernus tenebras.
Un iris de ojo negro, en estos pilares que abren el fuego, alzan estaciones que correr, años que hacer, tierra y su linde abierto. Estrellas que matan, mi aliento petrificado, atravesado por estos ojos que laten tu figura en fértil lluvia de pretiles gestos al alba más preciosa, crepitando mis fuentes y su dragón de abrevadero eterno. Fuente fría, profunda, abre su brillo en secuela que arrostra mi dicha. Oscuras alas, a un frente de retinas, y sienes escalonadas, va que fulge la caída de mi falcata. En este cerrado horizonte, rizado, expuesto, consumado, mis soledades tejen. Una encina que lejos habita, cerca grita, yo soy por siempre, eco que profana tu aparente sepultura, entre verdes valles, que tenidos en furor de sangre, exclaman: -Ay la sangre verdecida, al candor y negror de aljabas hojas esquilma la tierra sus venas, y quebrada la sierpe tu piel cita e incita, ay la tierra. Ay por ella , sea mi hundida victoria, por este umbral, silente, que fragua mi frente, por Himeto se alza mi puente; por esta cepa y su Dionisio afilando cuchillo, los lindes rinden en ocasos de ocres, la tierra nueva en cal de espera, sus colapsos en tules iridiscentes, cabalgaré el astro, traeré la flor naciente a Hipsípila, vaga libélula, dragón volador de mi suerte, de una montaña a un dulce valle cabalgo, injertada la sombra invencible, traigo la quebrada ascua, por si reverbera un tiempo muerto. En el que no dolía esta rivera. Agudo filo nacido, mi destino. Recuérdame en la tijera, desdoblando la espera, hoy por hoy, mañana por ayer, el frío sí, en la piel, de estas cuchillas sonrientes, y su esperanza carcomida, acabada en hoguera. Miénteme aparte, ancla mía en gozo, el violín de mi idea, corriendo por fuera, marchando lanzas de tierra, y el tiempo solo, hinchado, dormido. Rehúye mi pasado, que se clava en mis brazos, mírame aparte del punto y su silencio seco.
II
Esta vida en el centro un rayo de Sol, miro su caricia en pétalo de brea; arde mi sinfonía. Deshace la lejanía, hasta ser ese lejano carrusel de estrellas por boca, vida por mi vida y yo, qué no daría. Aciago vilo descorchado, en fanal infinito de campo y sangre hierve destapada la añil floresta, que a veces sonriente, acampo, a veces abatido en su recogimiento de verdes espadas, brotan verdes espuelas sobre su yermo inacabado, viaja su idea como culebra de tierra su densidad pordiosea. Jamás vencida, o siempre con fugaz aleteo entre estambres, vencía que llegaba cada primavera, por cerros su ocre era padre, por llanos fiel hijo, de compostura olvidada. Por copas de árboles, brindo esta suerte, encontrada, por los besos que puedo dar, del azabache mi dama, que entre forrajes avanza, a desenvainar mi espada. Diestro coraje sembrado, entre mis espuelas. En los bravos halos envanece evanescente que envilece mi estrella apagada. Vence que quiere brillar, a ella mi oscura amada. Esta negra noche, que avanza, fluye y escapa mordiéndose la cola, entre luna argenta, deslizada, por sus filos de pestañas acuesta su hijo ocaso que resplandece. Tierra invernando, acogen pendientes de aire, fieles terrones desmembrados, una mujer sembrada, de acogedores racimos, entre sus malvas runas, su pecho, un trabajo que floreaba un compostaje sereno, con dos botones solapados, ella, sembrada en paja de primavera, era capaz de arrebatar la solana de molinos fugaces. Vestía el regazo de la cepa, donde sangre hacía alarde, al rebujo su trilla, gorjeaba simientes, desde claro oscuro de nueva siembra, mojaba su añoranza, fiel en composturas olvidadas, de las espigas de agua, recomponía suspiros de las tierras mojadas. Un silo dormido se afilaba; era su momento, sin capa, con espada; abría su maternal vientre en flores de carne, afinaba su silueta un corcel sereno. Con diente de aire, tomando de su blanca tez, cabellos de rayos solares. Caminaba un sapito, teniendo guarida, bajo una piedra semienterrada, era o no era, plañía la nube, desde el canal, que depositaba a la acequia, entre los surcos de la sed que las plantas aguardan. Para su dama campesina, llevar su siembra que ni el clima negaría su vida. Donde una perfidia sobresalía su corazón brillaba, más que el metal de su azada.
El Castellano a 30-01-2019
Rehogo este empeño,
traspuesto a los fuegos del hombre
y su cuerda,
tiempos pasan germinando.
Diestro ambivalente;
en dirección umbría,
subsiste colgando huesos
de sus pestañas huecas,
abriendo el espíritu suplicante,
cenizas laten,
la quebrada fluye:
-Amada quodi pragma,
vers troba paremo,
laetitia exspectare
mors timun malum,
quot flama sed ardit
et dilectus mundi,
descent caelis,
set infernus tenebras.
Un iris de ojo negro,
en estos pilares
que abren el fuego,
alzan estaciones que correr,
años que hacer,
tierra y su linde abierto.
Estrellas que matan,
mi aliento petrificado,
atravesado por estos ojos
que laten tu figura
en fértil lluvia
de pretiles gestos
al alba más preciosa,
crepitando mis fuentes
y su dragón de abrevadero eterno.
Fuente fría, profunda,
abre su brillo en secuela
que arrostra mi dicha.
Oscuras alas,
a un frente de retinas,
y sienes escalonadas,
va que fulge la caída
de mi falcata.
En este cerrado horizonte,
rizado, expuesto, consumado,
mis soledades tejen.
Una encina que lejos habita,
cerca grita,
yo soy por siempre,
eco que profana
tu aparente sepultura,
entre verdes valles,
que tenidos en furor de sangre,
exclaman:
-Ay la sangre verdecida,
al candor y negror de aljabas hojas
esquilma la tierra sus venas,
y quebrada la sierpe
tu piel cita e incita,
ay la tierra.
Ay por ella ,
sea mi hundida victoria,
por este umbral, silente,
que fragua mi frente,
por Himeto se alza mi puente;
por esta cepa y su Dionisio
afilando cuchillo,
los lindes rinden en ocasos de ocres,
la tierra nueva
en cal de espera,
sus colapsos
en tules iridiscentes,
cabalgaré el astro,
traeré la flor naciente
a Hipsípila,
vaga libélula,
dragón volador de mi suerte,
de una montaña a un dulce valle
cabalgo,
injertada la sombra invencible,
traigo la quebrada ascua,
por si reverbera
un tiempo muerto.
En el que no dolía esta rivera.
Agudo filo nacido,
mi destino.
Recuérdame en la tijera,
desdoblando la espera,
hoy por hoy, mañana por ayer,
el frío sí, en la piel,
de estas cuchillas sonrientes,
y su esperanza carcomida,
acabada en hoguera.
Miénteme aparte,
ancla mía en gozo,
el violín de mi idea,
corriendo por fuera,
marchando lanzas de tierra,
y el tiempo solo, hinchado,
dormido.
Rehúye mi pasado,
que se clava en mis brazos,
mírame aparte del punto
y su silencio seco.
II
Esta vida en el centro un rayo de Sol,
miro su caricia en pétalo de brea;
arde mi sinfonía.
Deshace la lejanía,
hasta ser ese lejano carrusel de estrellas
por boca, vida por mi vida y yo,
qué no daría.
Aciago vilo descorchado,
en fanal infinito de campo
y sangre hierve destapada
la añil floresta,
que a veces sonriente,
acampo, a veces abatido
en su recogimiento de verdes espadas,
brotan verdes espuelas
sobre su yermo inacabado,
viaja su idea como culebra de tierra
su densidad pordiosea.
Jamás vencida,
o siempre con fugaz aleteo
entre estambres,
vencía que llegaba
cada primavera,
por cerros su ocre era padre,
por llanos fiel hijo,
de compostura olvidada.
Por copas de árboles,
brindo esta suerte,
encontrada, por los besos que puedo dar,
del azabache mi dama,
que entre forrajes avanza,
a desenvainar mi espada.
Diestro coraje sembrado,
entre mis espuelas.
En los bravos halos
envanece evanescente
que envilece mi estrella apagada.
Vence que quiere brillar,
a ella, mi oscura amada.
Esta negra noche,
que avanza, fluye y escapa
mordiéndose la cola,
entre luna argenta,
deslizada,
por sus filos de pestañas
acuesta su hijo ocaso
que resplandece.
Tierra invernando,
acogen pendientes de aire,
fieles terrones desmembrados,
una mujer sembrada,
de acogedores racimos,
entre sus malvas runas,
su pecho, un trabajo
que floreaba un compostaje sereno,
con dos botones solapados,
ella, sembrada en paja de primavera,
era capaz de arrebatar la solana
de molinos fugaces.
Vestía el regazo de la cepa,
donde sangre hacía alarde,
al rebujo su trilla,
gorjeaba simientes,
desde claro oscuro
de nueva siembra,
mojaba su añoranza,
fiel en composturas olvidadas,
de las espigas de agua,
recomponía suspiros
de las tierras mojadas.
Un silo dormido se afilaba;
era su momento, sin capa, con espada;
abría su maternal vientre
en flores de carne,
afinaba su silueta un corcel sereno.
Con diente de aire,
tomando de su blanca tez,
cabellos de rayos solares.
Caminaba un sapito,
teniendo guarida,
bajo una piedra semienterrada,
era o no era, plañía la nube,
desde el canal,
que depositaba a la acequia,
entre los surcos de la sed
que las plantas aguardan.
Para su dama campesina,
llevar su siembra que ni el clima
negaría su vida.
Donde una perfidia sobresalía
su corazón brillaba,
más que el metal
de su azada.
AGUA SOCARRADA, ELÍPTICA TRAVESÍA:
Analizo la luz en tu mirada,
leo flagrante tu alma.
Horno de fuego lleno,
como pisar un abrojo
y blando sabor degustar,
estampido del trueno atribuyo,
rebelión venciendo,
ya se escuchan rumores sordos,
precursores de tempestades.
Torrentes sin cauce
la turba desemboca a mi senda,
yo soy como las vigas de Himeto
no preguntes más.
Que ya mi amada labra la columna
que me cincela.
Heredero he sido de cuanto he servido.
El múrice me guarda
servil en mi travesía
por mar Laconio
cielo, inspiración, canto
corre anhelo voraz.
este mi sepulcro reverdezco
hollando lindes,
preguntando a Prometeo,
sin sobornar a Carón resignado,
el Leteo ni descendientes
traspasar mi puente pueden.
Chispeante tu cielo,
su rubor satisfecho oso al por mayor.
Instantes melosos veo
en su colmena de labios.
Mariposas nocturnas,
poso de almas condenadas.
Orados recursos en vigilia
que enseña cátedra tu silencio,
estruendosos llamados
a cosechar en gotas tu alma.
Sólo ordeno, mande sí
pero no me despiertes
porque no conozco ni miedo
para luchar por lo que quiero.
Acoge el cimiento
coloso que ando disponiendo,
prosigo,
póstuma súplica
ésta que logra calmar de Plutón su ira.
Gerión y Ticio
la onda Estigia aplacan.
la raza Danaica no se acobarda
ni su madre Dana
devela el secreto
por el que soy preso
reo capaz de incendiar
abismos que rutilan sombras
si así combato mi incierta suerte
por la que arriesgo sin miedo
de ganarte el cariño.
El Castellano
El Castellano a 30-01-2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario