Vosotras
mis humildes criaturas,
hallasteis oscuridad
y refugio de mi posesión,
era un descubrir
entre un ocaso,
pálido, seguro,
estertor de erosiones hábiles,
sudor y caliza de tierra,
ahora hogar tenue y, secuaz,
mi azabache, mi caracola, mis runas,
mi cuarzo verde, mis llaves,
luz monótona y suave
que acaricia sin esquema,
ni lágrima del hierro invertida,
estelas por manos,
sudor y flores de tierras,
cardillos voraces,
caléndulas miles,
soplidos y sombra de abeja,
abro este infierno desmerecido.
¿Qué soñáis?
¿Qué en silencio gritáis?
oh, tierra madre,
cuál infortunio
por ser fragmento del fuego ígneo,
¿Cuál el sentimentalismo barato?,
si todo lloré
y nada dejó de ocurrir,
vosotras céfiros en escalas,
un ensordecedor límite
de paredes blindadas.
amarte sin libertad
de oscura complacencia,
es de paciencia ciencia,
apariencia de latido desapagado,
qué va,
oh, cristal de roca,
tu transparencia habitada,
tu umbral, que toda luz atraviesa,
quien vivir contigo pudiera
si se vería por dentro y por fuera,
dualidad corpórea,
diestro color ambivalente,
este oro que no es oro
si no cobre
un destino persistente,
valencias de metal,
y sopores cósmicos,
tu deseo me generas,
descorchar materia
en alfileres y riendas,
lleven al tapiz sinfónico
te cubra de izquierda a derecha,
sin ganar tu cariño,
sí, luchando por no perderlo.
Förüq castellano Miguel Esteban
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