domingo, 30 de enero de 2022

IX



IX

Derrites mi estampa fija

al ardor de tus ojos marrones

este hielo mío alzado,

miradas obtusas

entre la ventana al infierno,

deslices quietos se cuelan

por abismos dibujados,

escucha el sonido de tu grillo,

estira su sol mayor,

allí donde la luz que le daba calor

era ausente, crepitaba entre yedras,

el amor a su espiga naciente,

ababol entre fulgores silvestres

tras él

el sendero agrietado

por donde nacía el río

de todas las flores desangradas,

lirios negros acompasaban su orilla,

llegando al manantial eterno,

de Hipsípila y su reino,

ocasos sonrientes,

entre miradas complacientes,

el único reino se estremecía,

derretían sus pilares,

la oscuridad hizo manada,

el día tornó noche cabalgada,

vapores exhalaban las esencias

que todo conformaban,

los cauces olvidados

se llenaban de sangre

los ríos lucían su rojo brillo

con hematite,

la realidad había cambiado,

los colores lucientes de los suelos

eran dominados por tonos mustios,

cual era de la penumbra,

los mares eran seña de brea encendida,

el averno tomó superficie,

todo lo muerto se alzaba de nuevo,

era de las caras muertas,

la lluvia caía hacia arriba,

las estrellas de aquella noche eterna

en vez de luz

emitían a modo de ironía

capítulos de erase una vez el hombre,

todos los edificios

se alzaban ahora horizontales,

Los huesos caminaban,

la luz quedó prohibida

bajo honda sepultura,

las leyes naturales fueron cambiadas

por antinaturales,

la aberración gobernaba

todo lustre en movimiento,

los peces se volvieron parásitos,

y se multiplicaban solos,

la red sanguínea

que seguía la vida

era de color azabache

por su podredumbre alcanzada,

no había oxígeno

todo respiraba humo

de este mundo en llamas,

Hipsípila era feliz en la luna,

sembrando sus simientes

siendo el principito

de esencia invisible a los ojos,

sabiendo que su retorno

estaba cercano,

para sembrar todo el planeta tierra

y tener su reino de nuevo.


I

Blándeme


en mitad del campo,

sólo allí que la encina enraíce mi carne,

el hinojo lata al son el tambor de sus flores,

la carrasca grite verdades del monte,

vereda quieta, enarbolada,

soledad disparada sin descanso,

sólo allí reinará mi alma,

en letras escritas en las hojas de vida,

las lindes teñirán de rojo y negro,

de tinta y sangre el resurgir del añil

aliento dibujado de toda vida en color,

del albor a la muerte en flor

se alzará mi latido con su amor.



II

Renace en la piel,

en el albor sin conciencia,

hace más frío que antes

sentido muerto, caído

olvido yerto

raíz del ser

más callado que el invierno

avanza camina a voz

todo lo que he perdido

polvo de estrellas, hierro de océanos

piedra de montañas...

hazme recordar alas cansadas

cosas grises que te gustaba sentir

mi amada así sabes

horizontales que no puedo olvidar

ejes verticales de conciencia

sin dormir

danza la primavera del lugar

con mi soledad pintada

en la sangre de mis ojos

todo lo que veo teñido

la ilusión cae en gotas derramadas

cayendo congeladas

desnudo mi cuerpo en la penumbra

del segundo quieto

raíces comiendo mis venas

hojas de mi historia mustia, abatida

sentido muerto

viviendo por ver morir el momento

momentos atrás que cae el recuerdo

sin miedo, sin sentimiento

todo hirviendo

sólo este sarmiento de cuerpo

esperando que juzguen a su alma

libre de maldad

quién estará allí

quién vendrá a darme un camino que seguir

solo en la oscuridad

donde todo comienza

las sombras me reconfortan

y veo en luz mi vida

para encontrarte

algo que darte de dentro de mí.

Un amor rugiendo en la boca de la estrella.



 III

Diestro del mar a la montaña,

visten sus flores coloradas orgullosas y sentidas

cual caricia de su jardinero que las ama

el viento armado escala cual seco rayo

su sol enturbiado se paran las oraciones

Hipsípila dejó su crisálida

en un caballo alado recorre sierras y sus manantiales

recolectando toda simiente desde todo confín

al inerte sombrío albor,

mientras su fría luz crece y camina

sin franca tapia ni verja que detenga su escalar

vuela vaga la libélula para posarse en su hombro

recio brazo arrido ninguna simiente cae a su lado inerte

que lleva que trae a su castillo olvidado

hechiceros de todos los reinos desvelaban que sólo

un reino se mantendría vivo

y no era el del humano ser

Hipsípila cabalgaba por naturaleza su religión

abarcando de la tierra a la lluvia

cual rayo cortado de Sol su cabello

los pájaros trinaban en su castillo

hipsipila siempre vivirá como invencible Sol.



Santo señero, 

dulce iris de mis desnudos campos,

dioses habitaron tu entraña que guarda,

cumbre eres de la loma despeñada,

réquiem de viejas espadas

que te labra,

quieto, el viento te encara,

vuelve a soñar que fuiste tiempo

de los tiempos,

estático límite

congoja deslizada de abriles febriles,

una oda me avanza

sin piel, sin moral sobrecogedora,

decidle a la tierra

que mi alma bulle,

este parco horizonte me teme,

oiré frentes, rayos fuertes, crepitantes,

un desnudar de las secuelas de esta voz,

amaré tu vientre como se aman las flores,

no habrá reino

contra Hipsípila

aterra calma entre alas

de libélula,

entre sueños de drosera.

Partiré mi vida,

recostando mis sangres,

floreciendo rosas a mi madre Belleza,

hasta sembrar mis aras redondas, abiertas,

en un guiño que descalza

sones por hendiduras sangrientas,

hasta enjaular mi aliento que te canta

por ajuares de estrellas las más bellas,

mi desaparecida sombra,

plañe que llora en su alma verde, pura,

oh Castilla, quién en tus alas nunca muriera,

eres un enjambre de furtivas 

soledades que se vencen,

caminas tus vastos metales

en tu oscura tierra,

una sed te fulmina lo perenne de tu sonrisa,

te duerme la piedra tu encina,

un deshojar de tu rivera

siempre,

de tu río Mundo

a mi pùeblo de Fuente-Álamo

jamás te muestras herida

mi Castilla bonita

mi Castilla sin yaga

por la que encuentro

en el cielo un monte y un atajo,

hasta vivir la plenitud

de dicha en barbecho de tu idea

mi vida, mi raíz,

mi falcata de natura.


El Castellano




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