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Ojo
de tierra:
Un
silencio yerto,
se
abre esta noche
por
ensordecer,
reflejos
de resplandecer,
en
este frío de ayer,
pasos
de silencio roto,
abre
una espiga
un
respiro, un latido
envilece
mi procesión de fuego,
cristales
que se rompen,
bisagras
que se doblan,
esta
noche
de
la nube de antes de ayer,
todo
se alza
para
llegar a ver,
recorta
este hálito de tierra,
un
suspiro ciego de hiel,
llega
para enloquecer
mi
sangre que tiene sed,
he
salido del infierno,
quién
me va a detener,
sombras
que gritan,
hielo
que sostiene,
mi
cruz del horizonte,
por
descender,
afilo
mis colmillos
hoy
se verán morder,
esta
ventana de sed,
rebotan
los tiempos,
muriendo,
diáfano
espacio
de
ausencia brillando
su
infinito parco de cristal,
llegaba
otra primavera,
sin
celda de madera
chirriando
su carcoma
que
mordía este cielo
con
su moneda
que
brilla mi idea,
esta
tierra late,
esta
mi sangre fluye,
cabalgo
este acre torcido,
recorren
florestas
naciendo,
brotando
fundiéndose
con tierra abierta,
soles
lloran escarcha.
del
nacer crepitando,
te
juro que avanzo
hasta
ser esencia de río
granate
de mi lustre colgado,
debo
aguardar
debo
escuchar
este
patio,
hablando
con la araña,
que
caza bellezas,
un
día recordará mi tiempo
que
fue mío,
dejará
de estar perdido,
y
este poema me dará de comer,
por
tener dos mil cien,
creciendo
en sus ramas
de
sangre negra,
ay
la tierra,
sí
esta tierra
que
me vio crecer,
por
la que siembro
mi
flor de viento,
desnaciendo
el tiempo
que
lloró mi ojo,
siendo
de tierra y para ella,
abro
que domino
esta
ceniza que me lleva.
Clama
la flor, abeja del lugar por gritar.
-
Ven, toma mi néctar,
déjame
compartir mi vuelo contigo.
Réquiem
por la flor, oda por la margarita
con
su mariquita, sauce caído,
cobijado
tejo, crepitando:
-
tú eres primavera.
Olmo
viejo en retozo,
quebrado
por la aguja silente
de
la carcoma.
El
cadillo miente, mientras el abrojo
clava
el sentido, quiere la amapola
ser
la alegría del lugar.
Cuando
el brezo enraíza
el
alma de sangre
por
derramar mi cuerpo yerto
en
la navaja, mientras
la
lavanda amamanta la abeja,
y
abejorro que llamé Genaro.
Amaranto
el firmamento
llórame
una estrella
y
su hueso de luna que
rompa
firmamentos
en
auroras,
que
venza colgándolas
de
las pestañas,
y
mientras las pupilas
en
sombra abren su cueva
en
la clamada verdad.
El
Castellano.
Soñé,
te viví, te besé,
te
anhelé, te abracé, te sostuve,
te
mecí en mis brazos,
te
acurruqué, te di de mis labios
de
beber; hice tus piernas
recorrer
en pasión,
te
viví desde pies a cabeza
y
siento decirte algo:
-
que no me gustó, me encantó,
me
emborrachó, me drogó,
si
acaso, hubiese posibilidad
de
que yo no estuviese muerto
sería
por tu recuerdo, amor.
El
Castellano.
De
este cementerio viviente
que
me dejen ser la flor,
que
por lo menos
a
un muerto da calor;
y
al difunto, la caléndula su luz,
adorada,
nacida del rayo de Sol.
Quien
te quiere, te quiso y
te
querrá desde este corazón muerto
te
amo en albor flor tras flor,
elevado
resquicio de caricia
de
Diosa Ostara
en
resquemor de primavera
cardos
brillando en espina
de
dolor, desde mi nicho
pido
mi nicho de espinas y de cardos
cuando
llegue el momento
si
no a mi no me entierran en este cementerio del que vengo
y
que la parca fría venga a por mí que este hombre
ya
ha muerto y su último suspiro
fue
un yo te sentí amor
voy
a tu encuentro.
El
Castellano.
Diente
de león por clamar
el
prado yerto,
donde
lo vivo son las plantas silvestres
incluso
el cardo de las damas, las malvas,
las
piedras agujereando el terreno
molinillos
al viento, por gemir caléndulas silvestres y
papaver
hibridum, amapolas roheas sangrando
borbotones
de sangre de tierra por brotar
plantago
por llenar el campo de espigas con flores,
todo
escarabajo gozando de la flor
cómo
decir que la flor sea sólo la flor,
si
del reino animal es templo, hogar y morada
donde
todo empieza y todo acaba.
Margaritas
en envidia miran tus ojos
y
luego miran las estrellas,
una
sabia dice y afirma: son mejores
y
más bonitos
sus
ojos que ardieron los luceros,
vidas
de tu entraña alborada, que el oro no es oro
sin
mirar tu corazón;
Corren
las amapolas, de tu sangre arden en hoguera
incombustible,
plena, yerta, indescriptible esencia.
El
Castellano.
Golondrinera
frágil, esquiva,
reina
luz del bosque de las sombras
con
tus amapolas amarillas,
los
luceros del cielo.
Por
poblar jacintos silvestres, tragopogones,
amapolas
por doquier
amando
la primavera entera
en
un mundo que cae disuelto
en
espinas de cardo y alhajas
de
flores de todos los colores,
mi
templo, mi casa, mi hogar, mi albor,
sin
alcanzar las plantas silvestres
por
poblar este mundo silvestre por mirar
y
dan ganas de tumbarse
y
ser la flor de muerto porque me tumbaría
para
que me crezcan las malvas
y
mi cuerpo críe malvas y cicutas rojas
y
negras de tinta y sangre
mi
condenada bandera.
El
Castellano.
Estampa
quieta,
tejida
en el umbral silente,
nacido
de las sombras
y
sus benditas estampas
de
damas de noche,
la
flor blanca estrellada
canta
tambores de la tierra.
Y
los grillos afinando el violín están.
Las
margaritas tienen el te quiero tatuado a fragua
de
la flor que sea flor, belleza creada del rayo de Sol
y
su albor mecido por dioses, acariciado por Ostara
el
humor de primavera cuelga de las faldas
mientras
mujeres hilvanan
y
trenzan sus cabellos en oro fino de seda.
Yo
soy un humilde escriba de la flor de difunto
caléndula
officinalis,
por
la que el muerto
encuentra
luz.
El
Castellano.
Bebo
de quel cáliz antiguo siento las estrellas
buscando
la respuesta para ser feliz.
En
la planta en albor que crece del rayo de Sol,
sabiendo
un secreto de druida de que si miras el Sol
al
amanecer minutos y minutos todas las plantas en flor silvestres
brillan
incluso más fulgente que el rey lucero,
todo
lo colma su brillo, la tierra deja paso a toda vida en color,
a
través de la caricia nos trae Lugh.
Reinando
el Sol está, hablé con la lombriz de boca gris
que
apareció tras mirar fijamente preguntando
a
una flor de difunto me comentó
que
podría indicarme de la tierra
donde
todo es libre, no hay dinero, todo vive por suprema
ley
natural, sin miedo ni odio.
Le
pregunté a la lombriz que dónde quedaba aquel lugar,
y
me dijo con amplia voz:
-
bajo tierra.
El
Castellano.
Monte
elevado en el horizonte,
brezo,
encina, carrasca, esparto, espino,
todo
crece en albor sin preocupación suprema
nada
más que seguir viviendo y echar generaciones.
Hoy
me desperté y contemplé la ciudad con todos
los
edificios grises, como sus gentes
todo
pasa de tierra y aquella que me dijo la lombriz
boca
gris me espera, así tenga que estar mi cuerpo
frío,
caído de hoja en otoño, no espero vivir eternamente
ni
ser festín de gusanos tempranamente.
Yo
acabaré por entender la mentalidad de aquella lombriz
de
su tierra, que no hay preocupaciones,
fue
el ser humano el que inventó el dinero
y
la esclavitud que trajo.
El
Castellano.
Amapola
silvestre,
llévate
mi sangre a las entrañas del inframundo
así
como tus pétalos elevan la sangre de los suelos,
que
tus raíces me conduzcan al tercer reino.
Ooh,
espino amarillo, que bajo tus espinas
han
visto infinitud de cal varios nacer los montes
y
senderos, que todos llevan al mismo sitio
a
perderse en el elevado espino de tu luz.
Ooh
elevado, cuál sería tu misterio
para
dejar a este escriba absorto.
Brezo
silvestre, sin miedo, tras el olivo
te
vi crecer, y una margarita cerró junto con el verso
de
la caléndula arvensis que tapó con sus pétalos
en
cuña, al caer la luna al cielo.
A
tí Genaro, abejorro de mi jardín
te
extraño y echo de menos, bonito.
El
Castellano.
Corre
trémulo a desgañitarse el cosquilleo silente,
que
avanza, que recorre tus piernas en ambrosía y miel de dioses
junto
con tu aura y alma de dulzura sacada de raíz de la tierra, mi hada
ni
una flor se te cayó, ni un pétalo dañó, agarraste enraizada con albor
y
tú tragopogón, duende, el mismo destino de rey silvestre te espero
y
aguardo en mi maceta, ya que en lo que llevo viviendo
ni
una planta se me ha muerto con mi don,
hasta
amapolas comunes vieron florecer mis macetas,
hasta
margaritas de manzanilla gorda, hinojos, brezos, jacintos silvestres,
crié
como un dios creador, dador de vida incluso de la humilde semilla
de
la caléndula officinalis.
El
Castellano.
Mi
vida te escribo como gota que va a los mares
tú
que fuiste altiva, ningún humano te pisó
los
dioses honraste y te honraron
desde
el cerro al abismo, tocado y acariciado
donde
todo surca la oscuridad madre
y
dama de noche sin afectarle el cielo
de
la yerta amapola de luna desangrada
y
su estramonio vestido de gala de estrellas.
Todos
bailando en la fiesta de los no importados
menos
la rosa y el clavel masculino
que
tiraron abajo el telón para comenzar la gala
y
el baile ganó la datura con la dormidera
por
sus trompetas de los ángeles abriendo al clamor.
El Castellano
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