miércoles, 24 de marzo de 2021

Gloria a Campoamor

 

El amor y el río Piedra


Poema en tres cantos

Al Sr. D. Raimundo Fernández Villaverde y Rivero. Recuerdo de cariño de


Campoamor               





ArribaAbajoCanto primero


El edén



I

   ¿Queréis amar a Dios? ¡Pues id a Piedra;
a aquel edén que con verdor eterno
alegra hasta lo triste del invierno
con sus musgos, sus mirtos y su hiedra;
pues siendo un fiel traslado
de un sueño de Virgilio mejorado,
no hay mortal que lo vea
que, como yo, encantado,
no admire, piense en Dios, se postre y crea!


II

   Así, creyendo y admirando, un día
por este paraíso de inocencia
van dos hijos de Dios, que todavía
no encontraron el árbol de la ciencia.
Él por ella en un día de batalla
desertó frente a frente al enemigo;
ella por él, al frente de su amigo,
se escapó de un molino de Cimballa.
Mas, como dice en Aragón la gente,
desertar por los ojos de una moza,
es cosa que perdona fácilmente
la Virgen del Pilar de Zaragoza.


III

   Juntos los dos, siguiendo su destino,
bajaron por el río, hacia el camino
que a Piedra viene a dar desde Tortuera,
después que con amor la molinera
le dio un beso a la rueda del molino.


IV

   ¡Qué felices serán dos desertores
que tienen libertad en sus amores,
calor de día y por la noche frío,
en la tierra placeres y dolores,
aire y luz en la esfera,
para poderse ahogar sitio en el río,
pan caro y agua gratis donde quiera!


V

   Es Jaime, más que un quinto, un veterano
que puesto en guardia y con fusil en mano,
le echa el ¿quién vive? a un pájaro que vuela,
tanto que, el muy tirano,
hallándose una vez de centinela
vio a la Reina y la dijo: «¡atrás, paisano!»


VI

   Mas dejo de hablar de él, por decir de ella,
que en Daroca una vez la llamó bella,
silbando como un mirlo, un lord muy rico;
y otra vez, extasiado,
le echó una flor, pasando por su lado,
un Azlor de Aragón, casi un Rey chico.
Lleva un traje ceñido a las caderas,
y anillos en los dedos de las manos
como una valenciana con ojeras,
que come arroz y vive entre pantanos.
Cruza enhiesta el pañuelo por delante
para dejar al aire la cintura,
mostrando el tallo erguido y ondulante
de la flor sin abrir se su hermosura.
Siempre lleva de andar por las praderas
alpargatas de cáñamo olorosas,
pues, según las nociones verdaderas
de los sabios que estudian estas cosas,
cuando son tan hermosas
todas las molineras,
sabiendo a pan de flor, huelen a rosas.


VII

   Y, en medio del amor que los obceca,
¿adónde van huídos
Jaime Cortés y Candelaria Ateca?
Llevados y traídos
en el mismo columpio de un deseo,
se proponen morir los atrevidos
lo mismo que Julieta y que Romeo.
Su plan de amor y horror era el siguiente:
desertar, verse un día solamente,
darse un adiós eterno,
y hallar luego en el fondo de un torrente
la muerte y la esperanza del infierno.
¡Hay cabezas tan locas
que, con formal empeño,
no encontrando harto duras a las rocas,
se rompen la cabeza contra un sueño!


VIII

   Ya hacia el final de la primer jornada
buscando algún descanso
en la margen del Vado (una cascada
que nace y que concluye en un remanso)
miraban extasiados las corrientes
claras en los arranques,
blancas en las rompientes,
y azuladas después en los estanques,
cuando al llegar la hora,
de echarse entrambos de cabeza al río,
poniéndose de pie, «ven, Jaime mío,»
le dijo al desertor la desertora;
y hacia un salto mortal ella camina
enseñando al soldado a ser valiente.
¡Feliz pasión la que en morir se obstina!
¡El preferir la muerte a estar ausente
es del amor la plenitud divina!


IX

   Ya en pie los dos medían el abismo
de la gran Requijada,
otra hermosa cascada
que parece caer del cielo mismo,
cuando al mirar pintados en las ondas
de ella, el rostro y gentil desembarazo,
sintió el alma de Jaime aquel flechazo
que pasó el corazón de Epaminondas;
y volviendo a mirar en la cascada
aquel talle que imita
la ondulación del cisne cuando nada,
y el pecho de opulencia regulada
que a amar las cosas de la tierra incita,
en ese atontamiento en que la mente
no se encuentra despierta ni dormida,
asiendo de repente
el brazo de la hermosa molinera,
perdiendo el sentimiento de la vida,
la dijo con afán:- «¡espera, espera!»


X

   Y, después de esperar, con pies ligeros
bajan corriendo la empinada cuesta
los dos pobres viajeros
que no llevan más ropa que la puesta;
y llenos de pasión, aunque mojados,
uno de otro en el talle
muellemente apoyados,
a lo largo del valle
se alejan poco menos que abrazados.


XI

   Y, siguiendo del Piedra la corriente,
sus almas encantadas
ven el amor tan casto como ardiente
de las cosas creadas
que imantadas, y al fin desimantadas,
se casan y descasan buenamente;
pues era la estación que entre gorjeos,
alumbrando los gérmenes que encierra,
la gran hembra del sol, la madre tierra,
da los frutos de antiguos himeneos.


XII

   Y andando poco a poco, se olvidaron
de la parte febril de su aventura,
y al fin no se mataron:
¡quién no hace en este mundo una locura!
Luego, a la sombra de un nogal, notando
que empieza el tiempo a parecerles breve,
se comen unas nueces, enseñando
unos dientes más blancos que la nieve.
Pero, ¡oh esperanzas vanas!
al sentir un amor inextinguible
ellos creen que es posible
vivir sólo de nueces y avellanas;
sin saber los sencillos desertores
que beber en el Piedra y comer nueces
es hacer que se olviden los amores,
y aborten las más bellas redondeces;
porque es sabido que el amor y el río
tienen suertes iguales,
pues así como el Piedra, se endurece
al romperse en las rocas sus cristales,
perdiendo ciertos óxidos
al moverse el amor se desvanece,
y es que el amor y el río, andando, andando
por sus cauces los dos marchan dejando
el río cal y la pasión olvido,
y así es como se van petrificando
el agua andada y el amor movido.


XIII

   Y al llegar estos míseros mortales,
que alimentan su amor de vegetales,
a un monte empenachado de cascadas,
miraron en los altos vericuetos
las tranquilas moradas
del abuelo, los hijos y los nietos,
de la raza feliz de los Muntadas.


XIV

   Y al ver el Monasterio frente a frente,
con misterio inocente,
se llenaron sus almas de emociones
pensando en las virtudes de un convento,
y él se entregó a juiciosas reflexiones
y ella a un casto y profundo sentimiento.
Y hasta en aquel momento
se despertó de Jaime en la memoria,
de San Benito, el fundador, la historia,
que amando a una mujer, que era un portento,
y por la cual su corazón ardía
como un carbón que lo encendiese el viento
en vez de acariciar como un profano
las torpezas divinas
que envidia el cielo al lodazal humano,
se echó sobre un zarzal, cuyas espinas
destrozaron sus carnes virginales:
y añade en sus anales
un cierto Padre Yepes, a quien creo,
renunciando a probarlo en los zarzales,
que en San Benito por heridas tales
el fuego se exhaló de su deseo.


XV

   Y en tal instante, aunque con gran frecuencia
no hay más Guardia Civil que la conciencia,
ya del día los últimos fulgores
los dos enamorados desertores
creyeron ver, o en realidad miraron,
dos parejas de guardias que pasaron,
y apresuradamente
encontrando un zarzal junto a una fuente,
con natural espanto,
no se echaron encima como el Santo,
se escondieron debajo santamente.


XVI

   Y gracias al Señor, libres de sustos,
Jaime Cortés y Candelaria Ateca
se durmieron después como dos justos
sobre un lecho de amor de hierba seca.


XVII

   Pero ¿y qué más?- ¿Qué más? Con amor puro
él una vez al tropezar con ellos
besó de Candelaria los cabellos...
- Y ¿nada más?- Y nada más: ¡lo juro!



ArribaAbajoCanto segundo


La tentación



I

   Ya el sol emblanquecía las estrellas,
y Jaime, aún no despierto,
ni soñaba siquiera con aquellas
tentaciones tan bellas
que tuvo San Benito en el desierto;
pues, como todavía,
al alborear la lumbre de aquel día
le hacía poco peso a la conciencia,
fue su sueño profundo, muy profundo.
¡Qué dicha tan inmensa es en el mundo
amar, en pleno amor, con inocencia!


II

   Cuando ya los llamaban a la vida
los sones halagüeños
que la tierra aún dormida,
murmura electrizada como en sueños,
a Jaime despertó la molinera;
y abriendo un gran portillo en el ramaje
para ver la primera
el teatral aspecto del paisaje,
vio a la luz color gris de la mañana
los huecos de las celdas del convento;
y elevando hacia Dios su pensamiento
se santiguó con gracia la aldeana,
pues hija fiel de otro cristiano viejo,
ella es una cristiana
tan católica a un tiempo y tan galana
que reza y se santigua con gracejo.


III

   Aunque es un bello nido
de inextintos amores
el Parque, sobre un monte suspendido,
los tiernos desertores,
después que el sol vino a borrar la aurora,
dejaron una estancia peregrina
que reúne en su flora
el África, la América y la China;
y hacia el Vergel bajaron
y al límite en que el Parque terminaba,
un bello semicírculo encontraron
que el tocador de Venus imitaba,
y quedó admirado él y ella embebida
al ver la Caprichosa, una cascada
que parece tendida
el velo de una reina desposada;
y a su influjo, sintiendo
una feliz y casta soñolencia,
porque el agua, al caer, baja moviendo
las brisas de las playas de Valencia,
en torno de los tímidos amantes
trazan al sol un círculo divino,
saltando, como un polvo blanquecino,
molidos en las peñas los diamantes.


IV

   Y entran luego en la Gruta del Artista
por ver estalactitas agrupadas,
que alegraban la vista
como labores de cristal colgadas;
sigue admirando él y ella embebida,
y pasa el tiempo... y tiempo... y de esta suerte
se fueron olvidando de la muerte
y acordándose un poco de la vida.
Mas ¿cómo de los fieros desertores
ya, el que menos, olvida
su deber de arrojarse en un abismo?
Porque en cosas de amores
puede más que el deber el magnetismo.
No lo extrañéis, lectores,
según Platón, ya en Grecia era lo mismo.


V

   Entrambos luego, de la mano asidos,
bajando más y más, miran, pasando,
que en el estanque del Vergel, nadando
ya se atusan los patos aburridos,
después de ver y oír como, formando
borbotones, cual pechos de Sirena,
corriendo a unirse al río,
bajo un dosel sombrío,
el dulce Arroyo de los Mirlos suena.


VI

   Y a la sombra de un álamo sentados
para admirar el Baño de Diana,
poco después el quinto y la aldeana
miraban los cristales azulados
de un río trasparente
que sería maldito en el Oriente
por sacar los contornos redondeados.


VII

   Se alzan después y apresuradamente
viendo una cueva enfrente
llamada la Carmela, él en pos de ella,
como quien huye de la luz del cielo,
se entraron en la gruta, que es más bella
que la gruta de Elías del Carmelo.
   Mas si viese a los dos en compañía
despacio, y sin pensar que el tiempo vuela,
Jesús! ¡que colorada se pondría
la Carmen que dio nombre a la Carmela!
Y con razón, porque al seguir su ruta
salieron pálido él y ella encarnada,
aunque, en aquella gruta
¡admírate, lector! no pasó nada.


VIII

   Y ven después, entre el espeso ambiente
de perlas en las rocas machacadas,
los Fresnos que, cortando una corriente
imitan dulcemente
un salterío formado por cascadas.
Y al ver que con su escala de colores
la Cascada del Iris sus primores
sepulta en un estanque luminoso
al pie de una vertiente encajonado,
Jaime exclama admirado
como un viajero estúpido:- «¡qué hermoso!»


IX

   Y, al fin del largo estanque,
miraron en su arranque
la Cola de caballo, otra cascada
que, en la cumbre entre rocas apretada,
se para, se acumula, se desborda:
el valle todo asorda,
cae, y después se echa a dormir cansada.
Pero al caer arqueada y ondulante,
es tal su gallardía
que no tiene una cola semejante
el caballo mejor de Andalucía.
Al ver la gran cascada
brillando tan gentil y refulgente
casi duda la mente
si, al caer despeñada,
rompiéndose en las rocas, irritada
lanza el agua una luz fosforescente.
Yo sé de un navegante, amigo mío,
que viviendo en el mar constantemente,
nunca vio el agua hasta que halló este río
que, lanzando impetuoso su corriente
de pendiente en pendiente,
recorre el cielo hasta el abismo,
haciendo de esta tromba a un tiempo mismo
chubasco, borbotón, racha y rompiente!


X

   Y ¡gloria a Dios! Merced a la certera
habilidad del dueño
que abrió a pico en la roca una escalera,
bajaron a la Gruta, que supera
en hermosura real al mismo sueño;
gruta en la que es el día
una noche de otoño húmeda y clara,
que mezcla a una luz rara,
unas sombras más raras todavía;
y cuando de repente
entre tanto y tan mágico espejismo
lleva el sol al morir en Occidente,
la esplendencia del cielo a aquel abismo,
se ve allí claramente
aquel Dios misterioso que el ateo
nunca ve en su nublada fantasía;
a quien vio por detrás Moisés un día;
a quien vio de perfil el gran Linneo;
al que ve con su tierna idolatría
la esposa fiel por cuyos ojos veo,
y al que la madre de mi amor veía
con el santo candor del buen deseo!


XI

   Las aguas por las rocas exhudadas,
forman allí variadas
obras de arte, a la bóveda sujetas
un primor tan gentil que sus labores
afrentan a escultores,
a arquitectos, pintores y poetas.
¡Qué prodigio, gran Dios! Ninguno sabe
si aquel templo escondido y soterrado
es de una grande catedral la nave,
o algún horno ciclópeo ya apagado;
si habrá formado un hada
sus bellos arabescos de mezquita;
si es gruta de Sibila exonerada,
o de un Titán la cueva troglodita;
pues la gruta hechicera,
que a todo ingenio humilla,
si como arte es la octava maravilla
como arte natural es la primera;
y acaso en tan extraña arquitectura
Dios tuvo por objeto
juntar en su hermosura
los prodigios del orbe en miniatura,
formando tan completo
Pandemonium de cosas celestiales,
que al rededor se ven hombres y brutos,
y dioses vegetales y animales,
y fetiches de ritos naturales,
flores, peces, pájaros y frutos;
ídolos despreciados
que, del mundo barridos,
y en la cueva de Piedra, emparedados,
fueron, después de ser amontonados,
por el desdén primero confundidos,
y por el tiempo al fin petrificados!


XII

   Mientras hacen las brumes condensadas
en lo hondo de la Gruta acumuladas
un estanque sombrío
donde al caer, medidas y contadas,
van formando las gotas de rocío
un joyero de perlas agitadas,
de tanta sombra y humedad mezclados
el perfume, el color y los sonidos,
parece que también petrificados
abruman con su peso los sentidos;
y en tal caos de ruidos y fulgores,
al ver y oír los brillos y rumores,
cambiando de ilusión ojos y oídos,
encuentran siempre allí nuestros sentidos
voz en la luz, y luz en la armonía,
siendo así de la humana fantasía
quiméricos antojos
ya el hallar armonía en los colores,
ya el ver como parece a nuestros ojos
que saltan de los ruidos resplandores!


XIII

   Saliendo de su asombro sobrehumano
ven luego que, a sortear acostumbradas
el furor de las aguas despeñadas,
por la derecha y por la izquierda mano
entraron asustadas
dos palomas seguidas de un milano;
y el milano no entró, porque imprudente
a las aves de frente
les fue astuto a cortar la retirada,
y el rápido turbión de la cascada
lo echó muerto en el fondo del torrente.
Y luego la pareja arrulladora
tranquila y entregada a sus amores,
de aquellos infelices desertores
vino a ser la serpiente tentadora;
pues en tanto que extáticos seguían
por los picos los pájaros unidos,
ellos desvanecidos
los miraban a un tiempo y los oían
poniéndose en los ojos los oídos.
   Y cuando aquella escena
de peligrosos incentivos llena,
convirtiendo en edén la hermosa cueva
les trajo a la memoria
el amor de Adán y de Eva,
los grandes pecadores de la historia,
en ideal mutismo
nuestros dos desertores
sondeaban el abismo
del vértigo feliz de los amores,
y como es natural, naturalmente
escena tan sencilla,
puso fuego a su amor adolescente,
y empezó a arder en ellos de repente
la sangre de Isabel y de Marsilla.
   Y como suele a veces
un ejemplo liviano
hacer hervir las heces
del fondo vil del animal humano,
mientras casta, apelando a sus deberes,
ella devora en abstracción sublime
ese instante en que incuban la mujeres
la idea que las pierde o las redime,
él miró a Candelaria de hito en hito
para beber amor en sus miradas,
pero ella, dando un grito,
que hizo huir a las aves asustadas,
salió de aquel lugar de incontinencia
para ella maldecido,
y- «¡jamás!»- murmuraba con frecuencia,
respondiendo sin duda a un repetido
misterioso argumento de conciencia.
   Así la fugitiva
salió rápidamente,
como un ave cautiva
cuya jaula se abriese de repente,
mientras Jaime Cortés, desvanecido,
ni a ver, ni a oír, ni a respirar se atreve,
y sigue detrás de ella, convertido
en fría estalagmita que se mueve.
   Y, gracias al buen Dios, de esta manera
el idilio empezado en aquel día,
por huir con pudor la molinera
se quedó siendo idilio todavía.


XIV

   Y, después de unas horas,
ya con planta segura
siguiendo a las palomas tentadoras
por sendas seductoras
trazadas con ingenio a la ventura,
llegaron a Fuente del Olvido
y a un Lago entre montañas detenido,
con la Peña del Diablo por un lado,
y al otro el Monte Piedra, en donde alzada
con restos de una antigua fortaleza
aún se ve una Capilla abandonada,
con santos que no sirven para nada
pues ni unos tienen pies ni otros cabeza.


XV

   ¡Oh, Fuente del Olvido misteriosa!
¡Lola, Asunción, Eugenia, María Rosa!
¡Coro de alegres Musas!
¡Recuerdo entre memorias ya confusas
que después de saltar con planta airosa
los arroyos cortados por exclusas,
para hallar el reposo apetecido
prestó a vuestro cansancio y mis pesares
el húmedo verdín de sus sillares
la inolvidable fuente del Olvido!
¡Isabel, Carmen, Juana!
¿A que ninguna de las tres olvida
lo que en el Lago del Silencio hablamos?
¿Olvidaréis jamás que allí pasamos
tres horas las más dulces de la vida?


XVI

   Mas nos llaman de nuevo otros amores
porque Jaime, sintiendo trasudores,
de improviso gritó:- «¡Guardias civiles!»
pues para un desertor, en la apariencia,
no hay más hombres que guardias y alguaciles,
¡que es gran pintor de espectros la conciencia!
Y buscando un refugio, mira en torno,
y alcanzando en el fondo del paisaje
una cueva que sirve de hospedaje
a todas las palomas del contorno,
uno y otro con ánimo esforzado,
metiendo el pie en las grietas de las peñas
subieron a la Cueva del Soldado,
que allá arriba y oculta entre unas breñas,
el mismo Dios que la hizo la ha olvidado.
Y en tanto que los pobres desertores
quedan solos, pensando en sus amores,
mas sin faltar a la moral cristiana,
por la altura del monte vigilando
va la Guardia Civil representando
lo perspicaz de la justicia humana.


XVII

   ¡Que Dios os dé fortuna,
oh jóvenes amantes,
que aún podéis comulgar sin duda alguna
sin precisión de confesaros antes!
Yo espero que aún podrá vuestra inocencia
la hora retardar de la caída,
creyendo lo que dice la experiencia
que es muy malo abusar de nuestra vida!
Desechad con empeño
cuanto hay de realidad en las pasiones,
dándolo todo, como yo, al ensueño.
Imitad mis fugaces ilusiones,
pues en giro halagüeño,
desenterrando y enterrando historias,
ya saco una memoria para sueño,
ya echo un sueño al rincón de mis memorias.
Y aunque en mis rasgos de virtud no imito
lo que hizo en el desierto San Benito,
procuro realizar en mis ternezas
un amor superior a las flaquezas,
porque sé en mi constante desconsuelo
que si une de algún modo
un hilo solo nuestro amor al suelo,
sopla el viento una vez, se nubla el cielo,
rompe un céfiro el hilo... Y ¡adiós todo!



ArribaAbajoCanto tercero


El castigo



I

   «El amor se cree eterno y dura un día».
Así a Jaime Cortés con grave acento
un Cura le decía,
si es Cura el Capellán de un regimiento.
- «Vamos con calma, vamos,»-
el Capellán seguía,
- «confiésate despacio, que esperamos
una dicha imprevista,
pues sé que, siendo un ángel en la tierra,
pidió ayer tu perdón una bañista
que es algo del ministro de la Guerra.
Háblame, pues, sin remontar el vuelo,
y cuenta sólo la verdad humana.
Cuando se halla por medio un aldeana
todos sabéis cómo se pierde el cielo,
aunque nunca estudiáis cómo se gana».


II

   «¿Habrá una criatura,-
preguntó el desertor,- que la ventura
encuentre en las pasiones tormentosas?»
Y el confesor le dijo:- Ten cordura,
tú al hablarme te olvidas que soy Cura,
y sólo sé por relación las cosas.
Piensa bien que nos dice la doctrina
que es el hurto un pecado,
y la Ordenanza a declarar se inclina
que, al robar una moza, es un soldado
tan vil como al robar una gallina.
Confiesa que ese amor desventurado
de la Ordenanza el código destroza
mostrando el espectáculo adorado
de un quinto que secuestra a una real moza.
¡Si fueras oficial, pero un soldado!...»


III

   Bostezando en memoria de su amada,
Jaime exclamó con voz entrecortada:
- «¡Oh, qué cuarto de luna tan eterno!
Ocho días de dicha continuada
hacen dulce la idea del infierno.
Amé en la gruta a Candelaria Ateca
con todas mis potencias y sentidos.
¿Qué habíamos de hacer, allí metidos,
sin tener yo un fusil, ni ella una rueca?
Duraron nuestras verdes alegrías
tres días y tres noches... pero luego...»
- «Sí, dijo el cura, al cabo de esos días,
la hablabas tú en latín, y ella a ti en griego.
El que sepa la esencia de las cosas,
sabrá que las mujeres siempre entienden
la ciencia de agradar, si son hermosas,
pero hermosas o feas, nunca aprenden
el arte de no hacerse fastidiosas.
Bien, y después ¿qué hiciste?»
- «¿Qué hice después? Jaime pregunta. ¡Ay, triste!
Después me acobardé como un paisano.
¡Ningún héroe resiste
a un amor de ocho días mano a mano!
Mas ¿qué habrá sido de ella, padre mío?
¿Se habrá arrojado al río?»
- «Déjate de locuras,
contestó el Capellán, ¿de qué te apuras?
Con respecto a cariños y placeres,
sabemos bien los Curas
que se suelen cansar de sus ternuras
tanto o más que los hombres, las mujeres.
Pero tú, ¿no sabías, inocente,
que el río el corazón solidifica,
así como al tocarlas petrifica
las ramas que detienen su corriente?
¿No oíste en Piedra hablar de dos inglesas
que amando con pasión y siendo obesas,
por beber en estío,
los óxidos metálicos del río,
dejaron de querer y de ser gruesas?»
- «Yo sólo sé, Jaime siguió, que, iguales
los astros desde el cielo,
siguieron alumbrando mi fortuna
cuatro días cabales;
pero ya al quinto día de la luna
noté con desconsuelo
que me enseñaba el pie sin gracia alguna,
mientras necias por valles y por lomas
con sus eternos besos,
aquella fiel pareja de palomas
me llevaba el fastidio hasta los huesos».


IV

   «¿Y qué fue de esas aves, que os mostraron
el árbol de la ciencia?
preguntó el Capellán- «Nos las pagaron,
Jaime exclamó, pues si ellas me enseñaron
la primera lección de la experiencia,
como es ley natural que el hombre coma,
una tarde de amor nos las cominos,
y el par nos repartimos,
comiendo ella el pichón, yo la paloma».
- «Pues ¿no teníais nueces?
preguntó el Capellán.- «Sí, pero a veces,
respondió el desertor, que sollozaba,
tanto el hambre apretaba
que, además de las aves, padre mío,
cuando hallaba cangrejos en el río
encendía un tomillo y los asaba».-
- «¿Asar a su maestra? Eso da espanto,»
replicó el Capellán.-«Tú, en amar tanto
fuiste, hijo mío, un verdadero loco,
y te lo digo yo, que soy un santo,
por más que alguna vez lo olvide un poco».


V

   - «Dormida un día, aproveché el momento»
siguió Jaime- «y con nuevas ilusiones
me volví al regimiento,
prefiriendo el fragor del campamento
al amor siempre igual de los pichones;
mas queriendo atajar, dejé el camino,
y andando en línea recta y con premura
para llegar más pronto a mi destino,
la guardia me prendió cerca de Alhama.
- «Es verdad»- siguió el Cura,
- «y el idilio acabó y empezó el drama;
pues la Guardia Civil es tan amiga
de pensar siempre el mal, que con trabajo
cree que ninguno siga
la senda del deber por el atajo.
Por desertor cogido y sentenciado
preferiste al amor ser fusilado.
Lo comprendo, hijo mío,
fuiste el ciervo asustado
que teme ser cogido y se echa al río.


VI

   -«Mas ¡ay! ya está el piquete en movimiento.
Y, pues llegó el momento,»
continuó el Capellán,- «vamos andando».
Y después de decirle- «acaba, acaba,»-
masculló una oración como implorando
la clemencia de un Dios, de quien dudaba.
Luego siguió- «ya quedan conmutados
en gracia de tu hastío, tus pecados;
el Papa actual es un señor muy bueno,
que cree que son los malos desgraciados,
y que el mundo está lleno
de santas y de santos ignorados».-
Volvió a rezar un poco, a su manera,
le echó después la bendición postrera,
y te- «perdono,» dijo,
«en el nombre del Padre; y quiera el Hijo
que te perdone a ti la molinera».-
   Mas Jaime, horrorizado
de pensar si podría
viviendo más, de Candelaria al lado
pasar un día solo, un solo día,
poniéndose de pie con el objeto
de ser en el instante fusilado
por no quedar sujeto
a los trabajos del amor forzado,
se preparó a la muerte, y en tal hora
el rostro se cubrió con las dos manos,
diciendo con ternura encantadora:
- «¡Cuánto me aflige ahora
el dolor de mi madre y mis hermanos!»


VII

   ¿Cuál sería de Jaime la sorpresa
cuando vio frente a sí la aragonesa
que, vestida de quinto, le miraba
con la cara tranquila,
que debía poner cuando jugaba
con los cabellos de Sansón, Dalila!
Jaime Cortés, de confusiones lleno,
no quería creer lo que veía,
mas la mujer con ánimo sereno
mirándole, parece que decía:
«Caerá entre sangre el que me hundió en el cieno».


VIII

   Mas ¿cómo la terrible molinera
llegó a la ejecución? De esta manera:
   Fue a Nuévalos un día,
en casa de una tía, audaz se puso
un traje de aldeano, que allí había,
de un paño sin color, a fuerza de uso;
y hecho ya aragonés, la aragonesa,
al salir de la casa de su tía
con el pelo cortado a la escocesa,
más bien que un aldeano, parecía,
el paje más gentil de una princesa;
y anduvo muchas horas, y aunque en vano
de Jaime preguntó por el destino,
a todos los rumores y los ecos;
le dio noticias de él por el camino,
un vendedor de miel y de higos secos;
y de matar a Jaime haciendo voto,
marchó a Alhama, a cumplir su triste suerte.
- ¡Lechera con el cántaro ya roto,
no halló más esperanza que la muerte!
Llega en fin: sienta plaza de soldado;
pide ser del piquete fratricida;
y así en vengarse, y en matar se empeña,
al verse sin amor y envilecida;
venganza, vive Dios, que nos enseña
que el corazón a veces desempeña
un papel importante en nuestra vida.


IX

   Jaime observa el piquete con espanto,
y Candelaria en tanto
como le ama a pesar de los pesares,
lo mira con furor, mientras su llanto
por dentro de sus ojos corre a mares.
Y cuando vio que a Jaime le vendaron,
unas nubes de sangre la cegaron;
y, en el postrer momento,
al consumar su intento,
que se creyó casualidad horrible,
mirando Candelaria al miserable,
echa sobre él un odio irresistible,
o más bien un amor interminable:
junta a su sien de su fusil la boca;
el gatillo después con el pie toca,
suena de pronto un tiro,
reza un- ¡piedad, Señor!- dando un suspiro,
y cae con el cráneo destrozado,
un momento antes que él, y de esta suerte,
si por verlo matar se hizo soldado,
por no verlo morir se dio la muerte.


X

   Y un instante después, lleno de celo,
hizo alguien la señal con un pañuelo,
y el ángel del amor tendió sus alas
y se escondió en el cielo,
por no ver que de Jaime sin consuelo,
el pecho atravesaron cuatro balas.


XI

   Y como a ver morir a aquel soldado,
de emociones sediento,
subió con gran contento
al Castillo Romano, hoy arruinado,
ese invariable público, formado
de mil inteligencias sin talento,
cuando vio de dolor desvanecido
que, pasando un segundo,
de una campana eléctrica el sonido
trajo el perdón pedido,
que llegó como todo en este mundo;
en un mismo dolor el pueblo unido
lanzó fatal, desolador, profundo,
un ay ¡que más un ay! fue un alarido.


XII

   ¡Altos juicios de Dios!- En aquel duelo
un claro sol derrama
tanta luz sobre el suelo
de la Vega de Alhama,
que parece que el cielo
le dice al pueblo absorto:- ¡vive y ama!
¡Y hasta alegres, del Piedra los ambientes,
llegando a confundirse sonrientes
del Jalón con las ondas sonorosas,
lo convidan a oír en lontananza
ese canto inmortal de la esperanza
que murmura el concierto de las cosas!


XIII

   Y ¿qué dirán del fin de estos amores
los que hablan de lo real sin poesía?
Qué mañana ocultando estos horrores,
el viejo sol que nace cada día
alumbrando a leales y traidores,
sobre tanta agonía
un velo vendrá a echar de resplandores;
y dirán además que aunque hoy sentimos
estas y otras tragedias espantosas,
sucediendo unas cosas a otras cosas,
pronto han de ver cómo de nuevo oímos
los himnos del Otoño a los racimos,
del Abril las canciones a las rosas.


XIV

   Y afrontando, por fin, de estos amores
el problema profundo,
me preguntáis, lectores
- «¿qué debemos hacer cuando, iracundo
el destino consienta estos horrores,
y entre ser y no ser medie un segundo?»-
¡Echar en paz sobre las tumbas flores:
verlo, sufrir, y despreciar un mundo
tan lleno de Doloras y dolores!

 
 
FIN
Fuente raíz:



























http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/los-pequenos-poemas--1/html/ff0e8dea-82b1-11df-acc7-002185ce6064_9.html

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